Qué placer encuentro siempre que veo el nombre de los compañeros Adrián López y Rosa M. Reyes en una formación. Me inscribo rápidamente, esperando la confirmación de poder verles de nuevo. ¿Por qué será que siempre me rescatan un anhelo, una esperanza? ¿Qué traen? ¿Qué proponen? Así, desde el espacio enigmático que descubro al pensar en los motivos, parece que encuentro un camino a seguir.

“Generando espacios de encuentro entre familias”, título que evoca una amplitud inconmensurable, propone con gran criterio la intrincación de diferentes modelos grupales para el abordaje de los problemas y dificultades que se presentan en los núcleos familiares, así como en otros contextos. Vamik D. Volkam, García Bardaracco, López Atienza y Blajakis, Ayerra, Lacan, Freud, se dan cita en la conversación sobre qué es la mente, cómo abordarla y cómo utilizar el saber y su proceso de construcción compartido en la travesía cuyo puerto es la reducción del sufrimiento y la apuesta por la vida. De este modo, lo intrapsíquico, intersubjetivo, intrafamiliar, intergeneracional y lo social y cultural, intersectan en la dinámica del encuentro grupal, en donde la lógica de la “Mente Ampliada” permite un abordaje amplio y heterogéneo.  

Pensando, me doy cuenta que mi satisfacción, mi pasión compartida con los asistentes a este encuentro, se vitaliza en el hecho mismo de encontrarnos, de confluir en un acto de búsqueda de respuestas. ¿Qué es entonces encontrar (se)?  Hallar algo o a alguien, juzgar o considerar, hallarse en un determinado lugar, estado o situación, juntarse habiéndolo acordado previamente, que pensados en su vertiente reflexiva incluyen en el acto de encuentro la búsqueda de uno mismo. No es acto consumado, sino apertura de caminos en donde la intersección con semejantes y diferentes organiza el proceso. Poner “in contra”, nos dice la etimología, recordándome aquello que durante muchos años escuché: “la oposición de contrarios precede al concepto”, lo que en cierto modo remite a que nuestra verdad siempre surge en el encuentro con otro, acude irremediablemente desde su orilla. Esto queda patente desde la mirada que Rosa y Adrián promueven entre los asistentes, ampliando horizontes y evidenciando que, para avanzar, estamos condenados a encontrarnos y decirnos. Todo un ejercicio.

Para poder encontrarse hace falta un lazo, un nexo, una unión que se desarrolla en la construcción de un espacio. Con ello no sólo el lugar como espacio, sino el proceso continuado y compartido, comandan el descubrimiento del otro y de uno mismo. Lazo y vínculo, al servicio de la vida en donde encontrarse es un acto de amor, tarea de Eros frente a los horrores de la vida, la desconexión, la fragmentación y la segregación.

Escribiendo estas líneas me doy cuenta de que, tanto Rosa como Adrián, junto con todos los demás asistentes al espacio y en un ejercicio de humildad e incompletitud, transmiten algo que se percibe en todos aquellos grupos que tiene buen destino, llevándonos como bien afirma D. Anzieu a vivir y entender el grupo como un sueño, como lugar de despliegue de deseo, de vida.

Así, animando a los compañeros a participar en próximas ediciones, y agradeciendo a ponentes y asistentes su tiempo y pasión, sólo queda decir una cosa: si el grupo es sueño, soñemos: ¿podremos invitar a soñar a las familias en nuestros próximos encuentros?

Álvaro Coulouscou Aguilera, Centro de Rehabilitación Psicosocial «Barajas»

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