El suicidio es un acto que no nos deja indiferentes, esta fue la razón que me hizo inscribirme al curso. A lo largo de las clases he podido entender cuál es uno de nuestros objetivos: comprender este fenómeno desde la mirada de la persona que decide quitarse la vida, ya que “sus ojos han visto que les duele vivir”.

A lo largo de las sesiones se puso de manifiesto que la prevención del suicidio pasa por la ruptura del estigma asociado a ello. Se deberían dejar a un lado las creencias e ideas preconcebidas que podemos tener hacia ese acto, tales como son vergüenza, cobardía, inmadurez, debilidad, pecado. Comprender este fenómeno dentro de la colectividad en el que la sociedad civil, los medios de comunicación y la administración pública son parte de la solución.

Quedarnos con el diagnóstico nos aleja de una mirada cercana. Diagnosticar no nos da información sobre cuáles son los sentimientos y motivos reales que generan querer morir. Estando en clase conecté con su sentimiento, el cual es: “ser indigno/a”, su vida es un problema y la muerte es la solución. Si diagnosticamos, simplificamos. Entender cómo es su existencia podría facilitar una alianza con nosotros, podría facilitar que recibieran una validación externa generando un clima distinto. Nos permitiría quitarnos el prejuicio, nos posicionaría como iguales, sin ser expertos/as, permitiendo crear un espacio de diálogo entre iguales en el que se comparta el drama de la vida, y desde ahí acompañaríamos en su dolor desde un encuentro auténtico y honesto.

Termino parafraseando una frase que se dijo en el curso y hace mucho más tiempo la dijo Ortega y Gasset: “La vida es quehacer y da mucho qué hacer”.

Mapi Linares, Residencia «Torrejón«

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