La muerte no perdona a nadie.
Ni al sonido estridente de un tambor de batalla,
ni al preso ni al estudiante.
La muerte no perdona a nadie.
Ni al niño del pijama de rayas
ni al enfermo que ya no oye.
Ni al sonido estridente de los tambores…
La muerte ya no perdona a nadie.
Ni a la sonrisa etrusca,
ni al príncipe destronado,
ni al cantar de la guitarra del humilde gitano.
La muerte ya no perdona nadie.
Las tentaciones aún existen,
los miserables se muerden las uñas
y contando los años; los días; las horas…
La muerte ya no perdona a nadie
con sonrisas de payaso y lágrimas verdes
La muerte ya no perdona a nadie.
Al tranquilo, al intranquilo
Al que tiene miedo y al que es un cobarde
La muerte ya no perdona a nadie.
Ni al transeúnte que cruza la calle,
ni al sonido de la ambulancia entre luces
La muerte ya viene a buscarte.
La muerte ya no perdona a nadie.
El sonajero de un niño y sus canicas redondas;
el mundo se ha muerto tarde.
La muerte ya viene a buscarte.
La muerte ya no perdona a nadie.
Ni al cantautor, ni al poeta, ni al disparo de sangre;
la muerte ya viene a buscarte.
Ni al doncel, ni a la doncella, ni al amante,
ni al poema que hoy te escribo la muerte le viene a buscarle.
Ya no amo a nadie.
La muerte ya viene a buscarte.
Ni sus órganos, su corazón, ni sus cenizas.
Ni los versos, metáforas y caricias.
La muerte ya viene a desahogarse
y la luz ya viene a buscarte.
Ni en el cuerpo de un enano, ni en el alma de una niña
aquí y allí la muerte no encuentra donde sentarse.
Porque la muerte ya viene a buscarte.
Ni el reloj, ni el diamante, todo pasa y todo llega,
la voz del poliglota y del cantante.
La muerte ya viene a buscarte.
En los ojos de Esther, de Inés, de Miguel,
en los labios de cera
de una estatua de madera.
La muerte ya viene desde fuera.
Ya nos espera.
Porque la muerte, en definitiva, es un toque de corneta.
Nacho Ruiz de la Mora