Por Miguel A. Castejón Bellmunt.

Psicólogo clínico y comunitario. Consultor en salud mental.

El último Informe de Intermón OXFAM denominado “Evolución de la cohesión social y consecuencias de la Covid-19 en España” [1] no debe pasar desapercibido para quienes trabajamos por mejorar las condiciones de vida de las personas, porque sus datos y conclusiones nos ayudan a conocer la realidad y a orientar nuestra práctica. Se trata del informe anual de la acreditada ONG internacional en el que se refleja cómo la pandemia por Covid sigue incrementando la desigualdad en el mundo. Por cierto, sus fuentes no son sospechosas de comunismo. Son el FMI, el Banco Mundial, Credit Suisse y el Foro Económico Mundial quienes acreditan que los diez hombres más ricos han duplicado su fortuna que ha pasado de 700.000 millones de dólares a 1,5 billones de dólares durante los dos primeros años de la pandemia, mientras que los ingresos del 99% de la humanidad han empeorado con la Covid y ha llevado hasta la pobreza a más de 160 millones de personas. En España, esta realidad se confirma y concreta en los seis millones de personas que ya se encuentran en pobreza extrema, el dato más alto desde 2007.

El de OXFAM es solo un capítulo más de un auténtico sinfín de informes que anuncian la desigualdad creciente. Es un culebrón dramático, pero, por desgracia, real. Estos informes nos documentan el aumento progresivo de personas en riesgo de exclusión, adultos y niños que sobreviven apenas, incapaces de asegurar la vivienda digna, la alimentación adecuada, la educación,… Informes que repiten, una y otra vez, lo que ya sabemos, pero nos cuesta asimilar:

  • El Foro Económico Mundial publicó el 12 de enero su edición de Riesgos globales para 2022, entre ellos, las desigualdades sociales [2].
  • El Foro de Davos alerta en su Informe de riesgos globales en 2021 de una mayor desigualdad y fragmentación social [3].
  • Save the Children alerta en su documento “Necesita mejorar: Por un sistema educativo que no deje a nadie atrás” de las desigualdades en educación infantil que condena a la pobreza a millones de niños [4].
  • El principal informe anual de UNICEF, «El Estado Mundial de la Infancia 2021», describe un panorama desolador sobre lo que les espera a los niños más pobres del mundo si los gobiernos, los donantes, las empresas y las organizaciones internacionales no aceleran los esfuerzos para solucionar sus necesidades [5].

Podría seguir… Y en España las cosas no son diferentes:

  • El Informe de Juventud de España en 2021 (Ministerio de Asuntos Sociales y Agenda 2030) destaca cómo la pandemia ha profundizado la desigualdad educativa y retrasado, aún más, la emancipación de los jóvenes.
  • El Observatorio de la Desigualdad de Andalucía alerta en 2021 de que la pandemia ha agravado las brechas sociales.
  • En 2015, otro informe de OXFAM, denominado Europa para la mayoría, no para las élites [6], situaba a España como el país donde más había aumentado ese año la diferencia de ingresos, así como el número de personas pobres en riesgo de exclusión, pasando del puesto 15º al 4º en el ranking de países con mayores diferencias en ingresos entre su población. Desde entonces, la cosa no ha dejado de agravarse. Así lo documenta el Informe de Cáritas y la Fundación Foessa (www.foessa.es) del pasado mes de octubre, detectando que 2,5 millones de españoles habían llegado, desde 2018, al espacio de la exclusión social. Y la pandemia no es la causa. Los males estaban antes. La pandemia los agravó y, si alguna vez se va el Covid o somos capaces de convivir con él, las desigualdades seguirán creciendo. Como explica Thomas Ubrich, sociólogo con amplia experiencia en investigación social y coautor del citado informe de Foessa: “Se está produciendo un deslizamiento imparable y definitivo hacia una sociedad más desigual, más allá de la pandemia por Covid”.

Mientras seguimos pasivos, crédulos, dependientes, acríticos y complacientes con la creciente desigualdad social, el mundo avanza por los derroteros descritos y asistimos al progresivo deterioro de unas condiciones de vida que nos están llevando, cada vez a más personas, a las consultas de psiquiatría (cuando conseguimos una cita, claro) sin que sea un problema psiquiátrico el que padecemos. Ya antes de la pandemia, hasta el 25% de las personas que acudían a una consulta de psiquiatría o psicología no tenían un problema de salud mental [7].

Wilkinson y Picket, y muchos otros después de ellos (Desigualdad: un análisis de la (in) felicidad colectiva[8]) nos explicaron hace más de 10 años (con datos estadísticos, financieros y de desarrollo proporcionados por la OCDE y el Banco Mundial) que son las sociedades jerárquicas y desiguales, que miden la dignidad de la persona en función de sus propiedades y capital, las que dan paso a una ciudadanía subordinada, con escasa autonomía, sin entramado social y con altas cotas de malestar y sufrimiento psíquico de sus habitantes. Es la vulneración previa de sus derechos y la hostilidad crónica a la que están sometidos (acentuada por circunstancias coyunturales, como la pandemia) la que les convierten en personas vulnerables con el consiguiente posterior empeoramiento de su salud.

Básicamente, el trabajo de Wilkinson y Picket pueden resumirse [9] en cinco tesis:

  1. Para los países desarrollados, un mayor bienestar material no se traduce ya en mejoras en la salud y calidad de vida.
  2. No son las condiciones materiales per se las que explican las diferencias de logro de los indicadores de salud, sino la desigual posición relativa que se ocupa en la jerarquía social.
  3. El mecanismo que lo genera parece ser fundamentalmente la percepción psicológica de la fragmentación social.
  4. La disminución de la desigualdad beneficiaría a todos, incluso a los ricos.
  5. Se trataría de disminuir la desigualdad y recuperar así el sentido de comunidad e integración social.

The Equality Trust[10], una ONG británica que trabaja para reducir las desigualdades estructurales en el Reino Unido, se explica así el trabajo de Wilkinson y Picket:

“Nuestra sociedad ha creado una contradicción enorme: alcanzamos un desarrollo material sin precedentes, pero, a la vez, experimentamos una creciente menor calidad de vida. Esta contradicción nos impide disfrutar de los logros de tal desarrollo. Como colectividad humana buscamos consuelo en consumismos extremos. Esta tendencia nos somete a grandes sufrimientos personales, sociales y ambientales.

Distintas investigaciones sociales en Estados Unidos demuestran el cambio de perspectiva de la sociedad. Se ha transitado de una sociedad grupal alimentada por los vínculos entre sus miembros a una sociedad como conjunto de individuos en donde cada persona busca la sobrevivencia aisladamente. En el segundo caso, la experiencia de realizar grandes esfuerzos individuales por la supervivencia genera altos niveles de estrés y ansiedad.

El alto contraste entre el éxito material y el fracaso social de los países ricos, hace pensar que más allá de cumplir estándares materiales y de crecimiento económico, es necesario invertir en bienestar social. La calidad de vida no se produce con el crecimiento económico absoluto. Por eso, es urgente la toma de conciencia de la actual falta de cohesión social. Conciencia que demande mejores políticas sociales orientadas no solo a la extensión de la esperanza de vida sino también al disfrute de la misma”.

Parece obvio, llegados aquí, que ya hemos alcanzado un “pico de desarrollo” (o parte alta de la curva que relaciona directamente desarrollo con bienestar) a partir del cual ya no tiene sentido seguir creciendo porque, a partir de ahora, el desarrollo económico solo es sinónimo de bienestar para unos pocos, a costa del malestar y el sufrimiento de una mayoría cada vez mayor. O, dicho de otra forma, estaríamos ante un desarrollo y crecimiento que solo interesa a unos pocos pero que necesita del trabajo del resto.

Tener mucho dinero para poder ejercer el poder sobre otros, acceder a comidas y vinos de sibaritas, a viajes exóticos o a casas y coches de lujo son anhelos y expresiones de una riqueza que nos está haciendo más pobres a todos porque nos alejan de lo que nos hizo humanos y nos ayudó a progresar realmente: nuestra capacidad para reconocernos iguales, para cuidarnos unos a otros, para decidir juntos y juntas qué es lo que realmente queremos y necesitamos y para aprender a disfrutar satisfaciéndolo.

Recuperar el concepto de riqueza que nos devuelve y reconecta con nuestra condición humana resulta, por tanto, saludable y rehabilitador para todos, seamos o no pacientes. Y, en mi opinión, quienes trabajamos en salud mental debemos facilitar que surjan espacios y oportunidades para que eso sea, cada vez, un poco más posible.

Miguel Castejón ha sido durante más de 20 años director de Atención Social y posteriormente director de Desarrollo de proyectos y cooperación en Fundación Manantial.

miguelcastejon2210@gmail.com


[1] https://www.eldiario.es/economia/diez-hombres-ricos-duplican-patrimonio-ingresos-99-restante-deteriora-covid_1-8657833.thml

[2] https://www.france24.com/es/europa/20220111-fem-riesgos-globales-desigualdad-cambio-climatico

[3] https://www.elperiodico.com/es/economia/20210119/foro-davos-alerta-mayor-desigualdad-11463302

[4] https://www.savethechildren.es/sites/default/files/imce/docs/necesita-mejorar-fracaso-escolar-savethechildren-ok.pdf

[5] https://www.unicef.org/es/informes/estado-mundial-de-la-infancia-2021

[6] https://cdn2.hubspot.net/hubfs/426027/Oxfam-Website/oi-informes/europa-mayoria-no-elites.pdf

[7] Alberto Ortiz Lobo en: Hacia una psiquiatría crítica” de Alberto Ortiz Lobo. Colección Salud Mental Colectiva. Editorial Grupo 5 Madrid)

[8]. Desigualdad,  Un análisis de la (in)felicidad colectiva (The spirit level. Why more equal societies almost always do better), Richard Wilkinson, Kate Pickett.Turner Publications, Madrid (2009). 315 pp, ISBN: 978-84-7506-918-0

[9]. Xavier Bartoll y Davide Malmusi (Agència de Salut Pública de Barcelona, España. Correo electrónico: xbartoll@aspb.cat (X. Bartoll) en:Gaceta  Sanitaria, vol.25, no.4, Barcelona. Jul./ago. 2011)

[10]www.equalitytrust.org.uk

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