Esta mañana, después de la formación, en lugar de tomarme un café en el bar Retro, lo he tenido que hacer solo en mi cocina. Y a falta de interlocutores con los que divagar (me encanta este término por su carácter abierto) sobre lo que nos han inspirado los contenidos del curso “Trabajo con familias y redes desde el enfoque del Diálogo Abierto”, me he sentado a hacerlo delante del teclado.

Me resulta difícil no establecer una relación o analogía entre la actual situación de pandemia con cualquier cuestión que nos ocupe, por lo que no voy a evitarlo.

Desde que el 11 de marzo de 2020, la OMS determina que nos encontramos ante una pandemia, entendemos que salir de ella requiere de la participación, colaboración o implicación de todos los agentes sociales. A partir de ese momento, tomamos conciencia de nuestra responsabilidad y cada una de nuestras acciones pasa a tener mayor repercusión en el otro, lo que nos recuerda que pertenecemos a un sistema que, para bien o para mal, podemos alterar.

El prefijo de origen griego “pan-” nos conecta con una totalidad olvidada por el individualismo/capitalismo y con un todo necesitado de estructuras sociales de cuidado. Estructuras que cuenten con las mismas personas que las demandan, sin depender en exclusiva de la acción de la institución/Estado. Más que nunca, el cuidado del individuo requiere del hacer del otro, del que le rodea.

En este contexto de interdependencia, las experiencias de Diálogo Abierto nos acercan a este paradigma, desde el momento en el que pretenden que la tradicional relación diádica y vertical entre el profesional (supuesto poseedor del saber) y la persona portadora de diagnóstico, se abra a un diálogo más horizontal, del que participen las partes implicadas (familia y allegados). La respuesta no viene dada, se construye.

Durante estos días me he confirmado en esa visión integradora y global del malestar psíquico, que va más allá de lo clínico. A ello me han ayudado las palabras de Sara Toledano y Teresa Abad, que además de abordar con un lenguaje claro y sencillo, profundos conceptos de índole filosófico que cuestionan lo establecido, han compartido pautas concretas para la práctica diaria, pues es de ahí, de la práctica, de donde emana la teoría en el Diálogo Abierto.

Las palabras contexto, participación, sistema o social se han repetido a lo largo de las sesiones del curso, y me transmiten la idea de que el sentido de nuestra presencia como profesionales debe ir más allá de lo individual, y de que con ella pasamos a ser parte de ese ecosistema -a colación de este término, quiero reseñar que me ha resultado muy grato recuperar otros como ecología social, constructivismo,… y referencias a autores como Bronfenbrenner, Freire, Habermas o Maturana, tan familiares en los estudios de Educación Social-.

En definitiva, creo que vivimos tiempos de grandes cambios y desmoronamiento de dogmas, por lo que la aproximación a un enfoque pensado para momentos de crisis y que tiene entre sus postulados admitir la contradicción y la incertidumbre, invita a una reflexión que trasciende lo puramente profesional.

José Manuel Álvarez de Prado, Residencia «Parla»

 

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