¿Podría ser el grupo un lugar de reconocimiento del sí mismo? O de otra manera, ¿podría el grupo ofrecer a la persona la posibilidad de tener un lugar que hasta el momento no tuvo en relación a los otros? En definitiva, ¿es el grupo un agente terapéutico y de cambio para los sujetos? Estas son algunas de las preguntas que me impulsaron a realizar la formación impartida por Marta López, “Trabajar con grupos de personas: la concepción operativa de grupo”. En adelante, grupo operativo.

Para empezar a comprender qué es un grupo operativo, es necesario introducir la siguiente tipología de grupos: centrado en el individuo, centrado en el grupo (como conjunto total) o centrados en la tarea. Siguiendo a Pichón Rivière, el carácter diferencial del grupo operativo está en la relación que tienen los integrantes entre sí, pero en relación con la tarea.

De este modo, el concepto tarea adquiere una importancia teórica fundamental en este marco. Tal es el valor de la tarea en la concepción operativa de grupo, que no podríamos hablar de grupo sin tarea. En una primera aproximación podemos valernos del “para qué” de un grupo para empezar a pensar en esto, sabiendo que la tarea no es reductible al objetivo, aunque lo abarca y lo amplía. Esto me hacía reflexionar en la necesidad de clarificar entonces la tarea al máximo posible, y las veces que esto ha ayudado en el equipo para atravesar una experiencia grupal con el menor número de monstruos despiertos.

Cuando aludimos a la tarea es importante advertir que hay una tarea explícita y otra implícita. “[…] el aspecto manifiesto, explícito y el aspecto implícito o latente. En ese sentido, nos acercamos a la técnica analítica, que es en realidad hacer consciente lo inconsciente” (Rivière, P. 1970). Esto es, pasar de lo explícito para descubrir lo implícito e integrarlo en un proceso espiralado constante, en una artesanía dialéctica que integre lo racional y afectivo.

Lo anterior, permite poder realizar algunos apuntes sobre el rol de la coordinación del grupo. El primero, es función de la coordinación estar atenta a las barreras y bloqueos del proceso de pensar, como por ejemplo la ansiedad y la confusión inherentes al aprendizaje. Segundo, resolver las resistencias y obstáculos. Es decir, atender al miedo a la pérdida o al ataque en relación a los lugares y roles. Tercer, la interpretación (entendida como aportación que rompe la dificultad de abordar el objeto). Cuarto, nuevos emergentes (aquello que está en el latente grupal y que da cuenta de lo que el grupo puede admitir y elaborar).

Por otra parte, nos encontramos con el concepto de encuadre. Este concepto vendría a representar los límites de la relación y que la contiene, en el sentido de función de contención. Si en el caso de la tarea nos ayudaba pensar en el “para qué” del grupo, el encuadre nos lleva a pensar en el “cómo” se haría. En la tarea de la coordinación del grupo esto nos convoca a la observación de la instalación de roles y la tarea de hacer que roten.

Durante la formación me surgieron muchas reflexiones, en especial, a lo que se refiere al silencio en el grupo. En concreto, ¿qué nos viene a contar la persona que en el grupo permanece en silencio? ¿Puede el sujeto relacionarse con la tarea desde un lugar de silencio? ¿Es el silencio de alguien un emergente de lo que ha quedado silenciado?

Para terminar y sabiendo que me he dejado en el tintero muchos temas interesantes de la formación, agradecer a Marta y a las compañeras el aprendizaje compartido y la experiencia grupal.

Salud.

Alba Calonge. Centro de Día «San Blas»

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