El curso de Terapia Integrativa Comunitaria ha sido como un soplo de aire del sur. De ese que te despeja y se lleva los Esques. Digo los Esques porque desde el trabajo en los recursos muchas veces nos enganchamos con los esques a la hora de trabajar desde lo comunitario: nos confundimos, nos enredamos y ponemos el ojo en todos los obstáculos sin poner en el foco todas las posibilidades.

Creo que lo que más me ha gustado es esta provocación cuidadosa y a la vez atrevida de decirnos todo lo que sí se puede hacer, desde elementos tan esenciales como la palabra, la escucha, el compartir emociones y preocupaciones comunes. Sin duda, otra cosa que me ha fascinado es poner en valor la cultura popular, la música, la poesía y todo el arte al servicio de la comprensión humana. Sobre todo, porque resulta mucho más fácil acercarse a los otros a través del lenguaje sentipensante del arte, dejarnos afectar y trasmitir también ese afecto.

Tengo que reconocer que inicialmente no elegí la formación porque muchas veces la palabra “Terapia” me produce “un no sé qué” que me hace dudar. Agradezco a quien me la recomendó y me instó a que investigara para que ese “no sé qué” se desvaneciera. Sobre todo, porque esa duda se difuminó cuando conocí en la práctica cómo son las rondas y cómo se pone el foco en compartir los recursos personales al servicio de lo común, sin que existan unos saberes más expertos que otros, sin juicios, ni consejos y con la sencilla y chocante premisa de que lo que se comparte no va a ser confidencial, ni se va a tratar en un grupo cerrado, ni reducido,  porque tampoco requiere que así sea compartir malestares que son humanos y que forman parte de la existencia.

Sin duda, naturalizar todo esto me ha hecho, como dicen ahora, un boom en la cabeza, tanto en el aspecto profesional como en el personal. Puede parecer una aberración ser educadora social y considerarse algo hermética a la hora de compartir pesares o inquietudes. Por eso, cuando un día a las cuatro de la tarde en una dinámica aparecía la pregunta ¿Cuál es tu herida? Casi me caigo de la silla. Creo que esa ventolera también ha sido muy útil para recolocarme y pensar lo difíciles, incluso incómodas, que pueden ser esas preguntas cuando solo tienen una dirección posible. Y, al mismo tiempo, también descubrir lo importante que es saberse humano y vulnerable, y cómo esa vulnerabilidad puede fortalecerse en comunión con los otros.

En definitiva, que agradezco a las formadoras (Mónica Rosenblum y Florencia Oks) su entusiasmo y que hayan sabido ponernos en el quehacer, en la práctica y en la reflexión. Y para no ser una ingrata, doy las gracias porque se haya hecho un esfuerzo por mantener la formación interna a pesar de la fastidiosa pandemia y que esto nos haya traído la suerte de compartir un espacio de aprendizaje con gentes del otro lado del charco y con las compañeras de Madrid, que sin duda ahora siento más cerca.

María José Palomares Onrubia, Centro de Rehabilitación e Integración Social «La Ribera» (Carcaixent)

#CompartiendoConocimiento

 

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