Qué inspiradora ha sido la formación que nos ha ofrecido Lola López-Mondéjar. Lo he vivido como un viaje de re-conocimiento personal y profesional atravesado por un “atrévete a pensar”.

Una de las cosas que más me ayudó fue a reflexionar cómo la estructura socio-económica y política en la que vivimos influye en gran medida en cómo están construidos las llamadas “personas de mentes huecas”, imperantes y mayoritarias.

Aquellas personas que, esclavas de la sociedad líquida en la que vivimos, consumen bienes, productos y personas para poder rellenar a toda costa algunas de sus insatisfacciones, inseguridades o poder evitar a la tan temida tristeza. En vez de hacer frente a aquello que escuece. En vez de aprender a habitar la soledad.

Y yo personalmente cuando la escuchaba hablar, me proyectaba ahí en diferentes etapas, intentando tapar las heridas del pasado, inventándome atajos, creyéndome invencible. Me he relacionado con muchas personas a lo largo de mi vida, gracias en gran medida a mi carácter espontáneo. Pero pocas son las que han conseguido bucear por aquello que tanto me cuesta ponerle palabras.

Cuántas veces me habré visto atragantada con una pregunta por miedo a saber la respuesta. Y ahí te quedas, perdida en la duda. Sin comprender que mostrar vulnerabilidad es lo que nos hace fuertes. Siempre.

Es el interés y la intención que pongamos lo que vamos a dar a conocer y expresar en nuestras relaciones más cercanas e interpersonales, laborales y personales.

Estas se ven reflejadas en los espacios mutuos y en la intimidad que se genera, en todos los niveles y en el grado que libremente elijamos.
Este punto, diría yo, es casi la principal tarea que nos atañe a las profesionales de salud mental: propiciar y cuidar este tipo de espacios para que las personas con las que trabajamos puedan incorporarlo a sus mochilas.

La intención la podemos tener desde el primer momento que conocemos o vemos a una persona (con nuestra mirada cargada de conocimientos previos, claro) y nos servirá de gasolina posteriormente para una comunicación fluida y construcción subjetiva conjunta. Eso va configurando nuestra experiencia, que no está escrita en ningún sitio.

Dicha experiencia subjetiva es la que nos lleva por el camino del aprendizaje, que influye significativamente en lo que pensamos, sentimos o hacemos, que vamos incorporando a nuestras relaciones.

Uno de los errores más comunes es actuar dentro de esas relaciones pensando que tú eres la única que puede salir herida, fruto de esta sociedad tan sumamente individualista. Responsabilizarse del riesgo que asumes cuando te expones con una persona con el corazón totalmente abierto, conlleva también una responsabilidad con tus propios sentimientos (y con los del otro, claro).

Sumando nuestra experiencia y la disposición que tengamos a los posibles cambios en relación, aprendemos a responder y, sobre todo, a ENTENDER nuestras emociones.

Nuestras mochilas serán, pues, más ricas cuantas más alternativas estemos dispuestos a poner en marcha y por las que dejarnos atravesar.

Si estamos dispuestas a “arriesgar” y soltar los valores que nos vienen de cuna para construir un espacio conjunto, compartido, donde nos podamos acompañar como sociedad comunitaria, debemos desnudar nuestros “avatares”. Esas máscaras que nos crean un falso confort, que nos mantienen alejados, solas y nos provocan tanto sufrimiento emocional.

Desnudar(se) conlleva altas dosis de empatía, tiempo y paciencia. Una paciencia que está en tela de juicio en este mundo atravesado por la inmediatez.

Desnudar(se) conlleva comunicación, saber de qué están hechos tus sueños, tus corazas, tus frustraciones, tus alegrías.

Desnudar(se) conlleva que lo que hacemos o decimos tiene unas consecuencias, por lo que debemos de asumir nuestra responsabilidad.

Desnudar(se) conlleva tener en cuenta que la subjetividad emocional de la otra persona puede ser diferente a la tuya.

Desnudar(se) conlleva que los vínculos que se crean implican cuidados.

Desnudar(se) conlleva establecer límites o acuerdos entre ambas partes.

Desnudar(se) conlleva revisar nuestras miradas como profesionales, conquistar el espacio comunitario y crear una subjetividad conjunta donde no se quede nadie atrás.

Sara Nieves, educadora del Equipo de Apoyo Social Comunitario «Torrejón»

 

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