Estaba en el metro camino de la XI Carrera por la Salud Mental que organiza la Fundación Manantial cuando, llegando cerca de Moncloa, vi a dos chicas jóvenes entrar en el vagón ataviadas con brillantes camisetas naranjas, indicativas de la carrera.

Me hicieron sentir bien, venían a correr por mí. Embriagado en mi fugaz alegría, de repente vi gente que empezaba a ponerse de pie con la misma camiseta, aquí y allá, y parecían iluminar el tren. “¡Luciérnagas!” – pensé.

Eran como luciérnagas dando vida y alegría a un jardín, rompiendo el estigma social hacia nosotros, los que tenemos un trastorno mental. Me llené de gozo.

Porque llevo recibiendo en los últimos seis años el apoyo de una parte de mi familia, el apoyo de muchos amigos y la entrega de numerosos profesionales de la salud, pero era la primera vez que veía a la sociedad de la calle como tal apostar por mí, por mi futuro, por mi dignidad.

Bajamos en Moncloa y, como la hora de la carrera estaba cercana, salieron por pies y se alejaron de mí, les seguía con la vista: un río anaranjado que iba creciendo conforme llegábamos al lugar de la salida, y el río se convirtió en multitud. Unos 2.000, hombres y mujeres. Al llegar me quedé mirándolos, sus gestos, sus aspectos, y los vi salir.

Para una sociedad que ha pasado el confinamiento y se ha dado cuenta de los asuntos de la salud mental, eran pocos, pero eran un primer paso, un futuro prometedor, gente que simplemente te veía bien.

En los últimos seis años básicamente he recibido rechazo y he estado esquivando hablar de mi condición. Considero a quienes tienen estigma gente que llevan una vida de medio pelo y que al final de su vida se darán cuenta de las cosas, los dejo pasar y me centro en los que me miran bien.

Soy cristiano, Dios quiso que en estos años diseñara y desarrollara el olivar de miel del que han oído hablar tres millones de personas en España: son setos de aromáticas entre hileras de olivos, una salida para 300.000 familias olivareras.

Puestos los setos a modo de terrazas, mitigan inundaciones, porque cae menos agua y a menor velocidad a los ríos, dando tiempo a las poblaciones ribereñas a escapar, tal como ha reconocido la ONU. Y proporcionan más alimento y energía en la misma porción de tierra, lo cual puede ser útil para muchas comunidades, que pueden aplicar esta misma técnica a otros cultivos leñosos.

Por mi idea del olivar de miel la Unión Europea y la Comunidad de Madrid nos dieron 165.000 euros para desarrollarla mediante un grupo operativo, Olivares de miel, gracias a la intervención de una apicultora.  

Ahora estoy preparando un proyecto de desarrollo sostenible para la costa australiana que tendrá un gran impacto en Asia.

Vivo en un piso tutelado, además he recibido apoyo humano y financiero, el Estado del Bienestar funciona. Me estoy recuperando rápidamente, en cinco años he pasado de una discapacidad del 67% al 39%, y voy a seguir bajándola.

Pero vivía en una burbuja, familia, amigos, servicios sociales, olivar de miel… Las luciérnagas me despertaron.

Javier Domínguez Angulo

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3 comentarios

  1. Que artículo tan bonito. Me ha impresionado. Javier, sigue luchando como lo has hecho hasta ahora. Los trastornos de salud mental sin un hecho y merecen ser investigados y tratados como cualquier otra enfermedad. No deberían estar estigmatizados como siguen estando. Es importa te sensibilizar a la sociedad y luchar por la investigación en este campo. Todos tenemos un familiar o un amigo que lo sufren. Luchemos todos juntos para dar calidad de vida a todas las personas con esta discapacidad.

  2. Que bonito Javier!!!!! Me ha emocionado!! Conozco tus proyectos y eres un ejemplo de superación para mi. Bravo Javier!!!! Que Dios te bendiga!!!!

  3. Me encanta el título, las luciérnagas, pero las luciérnagas sois vosotros y vosotras, las que dais vida a esta sociedad, porque despertais corazones aletargados. Javier, te conozco hace años, y nunca te he visto como discapacitado, para mí eres un amigo, y punto, un amigo con quien tomar un peloti de vez en cuando 😊 a ver si pronto el siguiente…

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