¿De qué hablamos cuando nombramos la palabra ‘Género‘? ¿Cómo lo articulamos con la Salud Mental? Diferenciar entre género y sexo es fundamental para articular ambos conceptos: Género y Salud Mental.

El sexo tiene una categoría biológica (anatómicas y fisiológicas) entre macho y hembra; sin embargo, el género adquiere una categoría social, relacionada con estereotipos y roles desde una socialización diferenciada, poniendo nombre a una forma de ser y de sentir, expectativas de comportamiento, habilidades de destreza, roles, responsabilidades, etc. siendo construcciones sociales y que van cambiando a lo largo del tiempo.

La perspectiva feminista nos lleva a analizar los roles, aludiendo a función, tarea, papel, pero también a interpretación en el sentido teatral (con nuestros cuerpos) y cómo estas condiciones de existencia construyen subjetividad. Podríamos decir que podemos perder salud a consecuencia de los mandatos sociales o patriarcales, y el género es el principio de la organización social que construye las relaciones de poder y las desigualdades entre las personas dentro de una sociedad atravesada por estos roles. 

Podríamos decir que la identidad de género funciona como un criterio de diferenciación. En los que hay unos que ganan y otros que pierden. Por ejemplo, el conocimiento de la historia sobre la humanidad conlleva estudiar la “historia del hombre”. Así se nombra, conviviendo en una sociedad atravesada por una historia escrita por hombres (androcentrista). La teoría feminista viene a reconstruir una historia de encarcelamiento psicológico y social de las mujeres.

Tenemos que mirar hacia la época de la Ilustración para revisar dos tipos de opresiones que, aunque increíble, siguen instaladas: primera, todas las mujeres somos idénticas o sustituibles, promoviendo la comparación entre mujeres. Segunda, a las mujeres se le colocaba en el lugar de la naturaleza (cuidado, las relaciones con los demás y soporte emocional), por tanto, el saber de las mujeres está íntimamente relacionado con los cuidados. Las mujeres que se mantienen fuera de estos lugares sociales asignados (mandato de agradar), son mujeres inadecuadas y sufren el rechazo las mujeres que se comportan fuera de los mandatos sociales, apareciendo el sentimiento de culpa y, en consecuencia, la pérdida de autonomía.

La autonomía está relacionada con el concepto de autoafirmación, “cómo organizo mi vida para tomar decisiones y tener la vida que quiero”. Por ejemplo, si hablamos de maternidad y el ideal de ser madre (“yo la última”, siempre estar disponible, siempre comprende), es necesario cuestionarse como madre y entender que, con el bebé, son dos sujetos diferentes “yo soy algo más que una madre para ti” y aprender a dejar de querer. De esta forma, lo más importante no sería el amor o “que me quieran”, sino la autodeterminación.

Los seres humanos necesitamos relacionarnos con los demás, pero también necesitamos ser agentes de nuestra propia vida. Para conseguir esto, los espacios entre mujeres como espacios de reconocimiento no son suficiente, hay que incluir la emancipación y la diferencia porque cada mujer ha construido algunos de estos aspectos desde su subjetividad.

La Escuela de Fráncfort aporta algunos apuntes al enigma de la docilidad (perpetuación del sometimiento). Estudia los mecanismos que tenemos las personas a perpetuar el fascismo (cómo se internaliza el fascismo). Ellos desmenuzan el sistema en el que estamos para entender la docilidad y cómo se incorporan los valores hegemónicos para llegar a la conclusión de que todas sacamos rentabilidad o beneficios.

Por tanto, podemos decir que las necesidades son engañosas porque habría que pensar desde dónde vienen y qué rentabilidad o beneficios les sacamos. Tener una necesidad no significa que tenga que ser cubierta por los otros, desde aquí se construye la autoafirmación.

Inmaculada Casillas (Centro de Día «Barajas») sobre el curso de formación interna «Enfoque de género en salud mental» impartido por Nora Levinton, Yolanda Bernárdez y Ana Távora.

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